Si nos remontamos a las antiguas academias, encontramos un escenario que contempla principios direccionados al modelo educativo tradicional, que o través de la historia ha prevalecido a nivel mundial en las aulas de casi todas las instituciones educativas; el hecho de poder aplicar fácilmente este modelo, ofreció la posibilidad de brindar educación a gran parte de la población, convirtiéndose en un sistema referente que llevó en cierto momento a la estandarización de la educación universal, enmarcando el rol de coda uno de sus actores: por un lado, el estudiante que se limita a recibir la información que el docente le entrega, con escosa interacción o aporte al respecto, convirtiéndose en un receptor completamente pasivo. Por otro lado, el docente, dueño del conocimiento que se limita a transmitir la información a un grupo de oyentes.

Después de la revolución industrial, tiempo en que este modelo tuvo su mayor auge por la facilidad de aplicación en cualquier nivel académico o sector poblacional, surgen nuevos modelos a raíz de la demanda de estudiantes y docentes, que reclamaban espacios de mayor interacción, retroalimentación y estímulos, en torno al proceso de aprendizaje. Se inicia entonces, el camino de nuevos modelos que, aun cuando no reemplazaron el modelo tradicional, sí llegaron para quedarse y potencializar los diferentes espacios y procesos de enseñanza – aprendizaje.

En este marco argumentativo, mientras los diferentes modelos educativos iban generando estrategias y diseñando variedad de herramientas para hacer del proceso de aprendizaje un espacio más participativo, la investigación se abría poso como eje trasversal de todo el proceso académico y el motor para la evolución continua del sistema educativo y los avances de la ciencia y tecnología. Es entonces en el año de 1996, cuando aparecen los primeros semilleros de investigación en Colombia, siendo la Universidad de Antioquia la pionera de esta novedosa modalidad y estrategia fundamental para motivar la investigación formativa, que como menciona Eduardo Rojas Pineda, vicerrector de investigaciones de la Universidad del Cauca, genera integración y fomento del quehacer investigativo en los jóvenes, convirtiéndose en una estrategia extracurricular que con el paso de los años se consolida como motor que impulsa el desarrollo de nuevas competencias y trasciende los modelos tradicionales de aprendizaje.

En este aspecto, la práctica docente ha de fundamentarse en una constante búsqueda de estrategias que permitan al estudiante investigar, indagar, crear y aprender. Por ello la formación actual debe ser concebida por fuera de los marcos tradicionales, donde la libertad y la innovación sean pilares que permitan rescatar la capacidad de asombro en cada estudiante y promover el desarrollo de habilidades de tipo investigativo, creativo, crítico y propositivo, de manera que se enriquezcan los procesos intelectuales, personales y académicos, y a su vez permitan comprender la realidad y tomar decisiones más acertadas.