Uno de los puntos más neurálgicos en el tema de las relaciones intrapersonales e interpersonales, está relacionado con la forma como nos comunicamos con nosotros mismos, con el otro y con el entorno. Creemos que sabemos comunicarnos, pero la mayoría de las veces no escuchamos, porque nos relacionamos desde la respuesta, es decir, respondemos antes de escuchar porque presuponemos desde nuestras percepciones e intereses. Aprendimos a comunicarnos desde el miedo y terminamos agrediéndonos, agrediendo a los demás o callando, en un intento por defendernos, por no perder una amistad, un empleo o un ser querido.

Sobre el tema, el doctor Marshall Rosenberg desarrolló un modelo de comunicación denominado “comunicación no violenta”, sustentado en una comunicación solidaria, compasiva y empática, donde no hay espacio para la crítica ni los juicios morales.

El autor sintetiza el modelo de la comunicación no violenta a partir de los siguientes momentos:

  1. Observar los hechos y escuchar sin juicio, con plena empatía y solidaridad conmigo mismo y con el otro.
  2. Tener en cuenta los s e n t i m i e n t o s relacionados (ira, miedo, alegría) sin juzgar, ni rechazar.
  3. Identificar nuestras necesidades y las necesidades del otro, en la comunicación y expresarlas de forma adecuada.
  4. Solicitar una petición que permita satisfacer las necesidades y mejorar las relaciones.

En pocas palabras, el modelo busca una comunicación centrada en descubrir mis propias necesidades y las necesidades del otro, si juzgarlas, sin criticarlas, sin condenarlas, en plena empatía y amor propio expresado en el otro. Esto no significa renunciar a nuestra voz para satisfacer al otro, denota ser asertivo a la hora de comunicarse, para saber decir “no” o “basta” con amor y respeto por mí y por el otro, cuando sea necesario. De igual forma, es relevante saber escucharme y escuchar a los demás, con la responsabilidad que implica interpretar el mensaje de manera adecuada, dejando de lado las percepciones y los prejuicios, con plena objetividad y con la capacidad de practicar el silencio si no tenemos toda la información sobre un tema determinado, o replantear un argumento si a lo largo del diálogo nos damos cuenta que estamos equivocados; guardando siempre la coherencia entre lo que se piensa, lo que se dice y lo que se hace.

Para concluir, la comunicación no violenta nos invita a comunicarnos desde el corazón, desde la parte donde yo pueda expresar mis emociones y atender mis necesidades, pero atendiendo las necesidades del otro, desde el amor, la empatía y la compasión, a fin de expresarnos correctamente, escuchar y ser escuchados.